Como si se tratase de una de las historias de Oz,
había en una roca un hombre del que brotaba un llanto.
Ni el más ávaro cuervo se acercó a robar sus lágrimas;
como si fuese el mayor castigo, cayó sobre él la soledad,
y con ella, silenciosa y de la mano, la falta de compasión.
Pasó entre los arbustos una sombra con un suave manto;
acarició al hombre con su dulce voz, llegando hasta su ánima,
-¿por qué lloras, criatura? ¿Acaso te ha abrazado la maldad?-
-Soy como el león de Oz -contestó-, soy un cobarde y no tengo valor,
Me han hecho daño y ahora sufro con el más leve canto;
dime tú cómo serlo, estremecedora voz, cálida y anónima-,
-He tejido un manto de amor -dijo ella- con recuerdos fríos y sin piedad,
Para que no tengas miedo, para que cubras con él tu corazón.
Deja de sufrir, y duérmete. Si vienen murciélagos yo los espanto.
El cerró los ojos, y al despertar contempló su rostro hermoso.
"Una vez -dijo ella- pinté un corazón tan bello que todos quisieron uno,
Me dijeron "te quiero", y terminaron arrebatándomelo a trozos"
Protegido por su manto de amor tejido con recuerdos, él, miedo no tuvo;
Abrió su pecho y partió su corazón sin pensarlo en dos mitades,
"Tú me has protegido, me diste tu valor y has ahuyentado mis miedos,
Toma esta parte mía, para restaurar tu dolor; ahora somos iguales"
Y cuenta la leyenda que en aquel bosque, entre encimas y cedros,
se fraguó el pacto más hermoso que jamás vieron los árboles,
entre un hombre cobarde y una bella sombra valiente,
que narran hoy en día los abuelos a todo nieto paciente.
Incluso aún crecen allí rosas sin espinas, que no causan dolor,
con un suave terciopelo y tan rojas como aquel corazón...
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